LA CONDICIÓN HUMANA

  • 9, agosto, 2019
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Queridos amigos de la humanidad, simpatizantes de HUM,

La situación actual de nuestras actividades y proyectos está pendiente de la respuesta del Ayuntamiento de Madrid para fijar una fecha y un lugar (venue) en el que celebrar el Congreso Universal que proponemos para otoño del año que viene. Una vez que contemos con estos datos podremos lanzar la convocatoria oficialmente, tanto las invitaciones a los participantes o ponentes en el Congreso como su publicidad mundial, para lo que primero invitaremos a algunas de las más relevantes empresas de comunicación internacionales como coorganizadores para establecer lo antes posible una comunicación adecuada para el evento. Nuestro propósito es que el Congreso resulte en un acuerdo mundial unánime por la unidad humana que dé comienzo a la Posthistoria.

En este impasse de espera quiero reflexionar de nuevo sobre los aspectos teóricos que animan esta convocatoria a la unidad humana y para ello comparto título con el de un libro de Hannah Arendt, a cuya base está la afirmación de que “la necesidad da al ser humano derecho a la violencia” y me parece que este sinsentido recoge y resume una o, propiamente, la más generalizada y significativa representación del mundo de estos últimos siglos, compartida por los partidos de derecha y de izquierda, habitual de todos los medios de comunicación, de los libros de texto, de las cátedras universitarias, etc., por lo que me parece muy necesario revisarla y exponer su miseria.

Cualquier violencia es, por lógica, toda la violencia (como un arma son todas las armas), pues es imposible que alguien acepte voluntariamente sufrir violencia y, por tanto, que exista un derecho a ejercérsela, por lo que, en consecuencia, este no hará sino responder con violencia (o acaso es que ese es también su derecho); no ya por lo difícil que es que la voluntad de un sujeto sea dañarse a sí mismo, como tal derecho asume, sino principalmente porque es contradictorio objetiva y fácticamente que se dé una voluntad que al tiempo no es voluntaria –ya que la impone otro. Y la prueba del absurdo de esa representación, aunque –insisto- asumida universalmente, es que, ¿Cómo es que ese ‘derecho’ nos pone al borde de la devastación de los recursos, propios y ajenos, y de la extinción? Tal situación y resultado solo podemos entenderla como producto de la violencia absoluta, descontrolada (del arma frente a otras armas) y no como violencia mediadora de algo.

Es importante por tanto reconsiderar y verter (nueva) luz sobre la condición humana. Aunque la comida, el agua (la ropa y la vivienda….) son condiciones necesarias para la subsistencia o la vida de plantas y animales, entre ellos el ser humano, en contra de lo que habitualmente se asume y pretende la (supuesta) carencia o escasez de estos recursos imprescindibles no es la causa de la violencia que caracteriza las relaciones humanas sino la privación de esos recursos por el arma –propiamente en su aspecto común de unidad armada o estado (anteriormente podría llamarse tribu, horda, clan, familia o el nombre que queramos ponerla). Lo primero, que de la necesidad, y de la carencia de recursos para satisfacerla, no se sigue la violencia; el sentido común comprende las necesidades del ser humano y es capaz por tanto de, antes de usar la violencia que el sentido común también entiende como necesariamente es absoluta, acordar un reparto de los recursos aún en el caso más extremo de carencia aguda, pero la violencia es absolutamente indeseable y no puede ser objeto de ‘derecho’ más que en la fantasía, pues, aunque el estado se declara violencia legítima, que todos han de confesar, la violencia es propiamente lo ilegítimo en sí. Y esta se da solo a causa de que está fuera de nuestro control; incluso el más poderoso la ejerce contra su deseo.

Aparte del notabilísimo y puntual uso del arma matando y destruyendo, su efecto consustancial, constante y permanente es privar (impedir, negar) y privatizar (recursos). En efecto, por lo que respecta a la cobertura de las necesidades materiales, el arma es la condición tanto Necesaria como Suficiente de la propiedad privada. Necesaria, porque sin la mediación del arma la propiedad privada es imposible; esta no se sostiene sin la amenaza o violencia que proyecta el arma y, por tanto, la propiedad privada es impensable sin su presuposición, esto es, como una existencia, premisa y condición previa de la posibilidad de la propiedad y no al revés. Y Suficiente porque el arma, al tener por objeto el daño, necesariamente es privada (el único objeto que lo es en su esencia) y conduce a que todo lo demás lo sea como recurso suyo; la propiedad no es realmente de los individuos aunque estos se la atribuyan sino del arma (unidad armada o estado) que se la otorga y les da la cobertura que necesitan para arrogársela (así en los países comunistas como capitalistas –que no ponen realmente en juego con sus políticas el bienestar de sus ciudadanos sino el predominio frente a las otras armas, tal como corresponde a su naturaleza).

La condición humana, pues, es el arma, presente en la naturaleza previa a la aparición de la especie y a la que esta, como las otras especies, se adapta según sus habilidades y medios. Podemos decir, con cierta seguridad cuasi lógica más incluso que documental, que el arma, tanto en su forma de objeto o artilugio como en su forma organizativa, el ejército, es la máxima producción humana en todo tiempo y en todo lugar. Solo no nos lo parece así en el presente, pues, pese a su condición suprema y determinante en todo momento por igual, las armas están ausentes de los medios de comunicación y del ámbito público, son un secreto reservado a la inteligencia, pese a que su desarrollo, aquí y ahora, concentra los mejores recursos tanto humanos como materiales y es el destino de las más avanzadas tecnologías y así se percibirá en el futuro, tal como nosotros lo podemos apreciar al mirar al pasado, ya que todo desarrollo tecnológico tiene como primer objeto el uso militar (barcos, vehículos, aviones, internet, etc.) y el diseño y las decisiones a la base de todo lo que concierne al estado es estratégico, su disposición es la más adecuada o ventajosa para la guerra, ya hemos mencionado sus políticas, pero así también, por ejemplo, la fundación de las ciudades, frecuentemente las rutas de transporte, las fortificaciones o castillos con las casuchas a su alrededor, etc.

La forma propia del arma es la unidad armada, el estado, es decir, la interrelación de todas las armas bajo un único mando sin cuyo consentimiento no pueden utilizarse. La unidad armada se constituye en la forma de pirámide, la apropiada a su ser cadena mando desde una única cabeza y cuya relación con sus subordinados es de imposición. La tendencia natural de esa pirámide es someter todo recurso humano o natural por su base integrándolo en la parte más baja de la jerarquía. Esa estructura violenta y piramidal solo puede ser contrarrestada o resistida desde otra estructura igualmente piramidal y entre ambas las relaciones son de violencia como imposición y disuasión.

En el territorio de cada estado toda arma o es incorporada o es ilegal (salvo en algunos países donde se facilitan armas a los particulares para que acaben con individuos particularmente indeseables para el estado, pero nunca para rivalizar con el) y toda arma ilegal debe ser destruida, algo que se corresponde con el monopolio de la violencia del estado. Igualmente las otras unidades armadas (los otros estados) están también fuera del sistema de la legalidad que emana de cada uno en particular y son, por tanto, enemigas y deben ser igualmente incorporadas o en último término destruidas, salvo que puntualmente son aliados para someter y destruir a un tercero.

Aquel que tiene mayor capacidad destructiva regula las relaciones y el que tiene menos capacidad destructiva las asume. Y si se niega a obedecer, el que tiene mayor capacidad destructiva puede destruir las armas del desobediente o privarle de sus recursos de subsistencia y ponerlo a su merced (tal es el proceso ahora en Irán, Venezuela…). La guerra es absoluta, pues insisto: la actitud del insumiso no es una opción sino que su inevitable tendencia es desarrollarse, fortalecerse, buscar su libertad, del mismo modo que tampoco es una opción para el más poderoso o letal estar siempre socavando ese desarrollo o directamente destruyéndolo para preservar su supremacía. La ilusión idealista de cada hegemonía es que la paz se alcanza con la aplicación de su sistema legal universalmente y del que él es garante, provisto con medios superiores de destrucción, es algo irreal, ya que esa percepción se mantiene en no mirar al arma, tal como hacemos en el presente análisis.

La violencia es absoluta y, a falta de otro ‘criterio’ que la fuerza, su tendencia inexorable es a la igualdad o equilibrio de los opuestos, de modo que los estados han de organizarse en coaliciones, muy difícilmente una sola unidad armada es capaz de sobreponerse a todas los demás. Por ese motivo, las figuraciones ideológicas son particularmente importantes, pues al ser idealistas (no percibir el arma) o irracionales (carecer de sentido común) se adecúan a la parcialidad, ya que si esa percepción del arma como lo que es; igual una a otra, tanto la nuestra como la del enemigo, así como su efecto análogo en nosotros y en nuestros enemigos se nos manifiesta, nos resulta que nos hace también a todos como realmente somos: iguales y nos indiscrimina. Por ese motivo, tal percepción del arma no se podía desvelar en el pasado porque hubiera sido un uso unilateral del sentido común (humanidad) que hubiera resultado en perjuicio propio o de nuestro lado y en beneficio del enemigo, de modo que el estado, de algún modo con su justicia y criterio, no lo podía permitir. Por eso la polis o estado condena a Socrates por “no creer en los dioses de la polis y (por tanto) corromper a la juventud” mientras que Sócrates, en efecto, simplemente manifestaba no tener otra sabiduría, conocimiento o sentido que el humano y no sabía, dice, ni pretendía como sus conciudadanos saber de los dioses o de sus designios (que les llevaban a hacer la guerra). Por ello, sus numerosísimos seguidores se hicieron cosmopolitas (salvo los que financiaba el estado como Platón y Aristóteles) pues comprendieron que el sentido común solo era aplicable en un contexto universal, condición que no se daba en su tiempo. E igualmente lo entendió la cultura china con Mozi. Pero hoy día es, por fin, posible usar el sentido común, exponer y manifestar la realidad, la determinación del arma, universalmente y liberarnos todos de ella conjuntamente y por ese motivo convocamos un Congreso Universal que trate la realización de la unidad humana, pues unidos solo proyectaremos, construiremos y haremos todo para nuestro desarrollo, bienestar y felicidad y eliminaremos y descartaremos las proyecciones, la producción y las actividades para el daño que, en unidad, resultará algo tan absurdo, contradictorio e insensato como buscar perjudicarse o dañarse uno a sí mismo.

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Ahora, lo mismo que la falsa representación anterior que hemos expresado citando a Hannah Arentd justificaba la violencia y nos ocultaba el arma y era expresión/confesión de la legitimidad del moderno sistema de estados soberanos, unidades armadas o violencias legítimas, esa representación igualmente nos proyecta una posible unidad humana desvirtuada de su sentido, necesariamente regulada violentamente por un super-estado -una violencia legítima- necesaria para proteger y garantizar la propiedad y la seguridad de la gente y, por tanto, una unidad expuesta fácilmente a guerras ‘civiles’ que nos llevarán a la lucha por el control de esa violencia legítima, el pico de la pirámide, o a la disolución de esta y a la vuelta a la situación actual de un número de unidades armadas en pugna por cierto predominio.

Por eso es doblemente importante entender esa representación (economicista) falsa de la realidad y usar el sentido común y desde este entender los efectos de la unidad humana. Siendo el primero y principal precisamente que la unidad nos libera del arma, pues la práctica de la unidad no es otra cosa ni puede serlo que la eliminación de las fronteras y ejércitos (sin quedar ni uno, pues carecen de sentido unos sin otros), así como también la toma de decisiones inclusiva y conjunta, la cooperación por el desarrollo por y para el bienestar de todos y cada uno, el aumento de nuestras capacidades y toda posible realización de la felicidad de cada uno y de todos nosotros en lugar de dedicarnos a limitarnos e impedirnos unos a otros por efecto del arma, donde el desarme es el dulce proceso de adaptación a nosotros mismos.

Unirnos nos librará de la confusión actual en la que lo bueno y lo malo andan entremezclados, pues el mal, por supuesto hacia el enemigo, es incluso más útil, más bueno o beneficioso que el bien para nuestra parte. Unidos se nos hará evidente la diferencia entre lo bueno –lo útil, lo que promueve nuestro bienestar y nuestra felicidad- y lo malo –lo que es para el daño; el arma- con la misma claridad que distinguimos lo blanco de lo negro o lo dulce de lo amargo y no habrá lugar para que el mal tome forma.

La unidad humana pone fin al genocidio u homicidio de grupos humanos; no porque una fuerza superior, la de la unidad o comunidad humana se impone sobre las partes minoritarias, grupos dispuestos a aniquilarse entre sí como en la Historia en la que la violencia es absoluta, pues no se trataba de que esos grupos tuvieran tendencia a aniquilarse mutualmente, o que el ser humano tenga una disposición innata a la violencia y al homicidio. Es preciso entender que, en tanto la violencia era absoluta, irremediable, los métodos violentos, su entrenamiento, preparación, disposición y articulación particularmente en caso de alarma eran no solo pertinentes sino de la máxima necesidad para la vida y el genocidio un evento constante. Asimismo la violencia requiere de la agrupación para poder ser llevada a cabo, donde la mayor cantidad de individuos, su buena articulación son de gran valor para la lucha, pero sobre todo es la circunstancia la que fomenta o no unos tipos u otros de esas agrupaciones que son requerimiento de la práctica de la violencia.. Sin embargo, unirnos es acabar con la violencia; esta deja de ser un recurso humano y, por tanto, estos grupos (católicos, chinos, musulmanes, rusos, blancos, hispanos….) ya no constituyen una articulación latente para la participación en la siempre presente violencia virtual o posible contienda sangrienta; la guerra absoluta que domina el mundo dada la existencia del arma, pues, como dice Cervantes “que es lo mesmo las armas que la guerra”. La unidad humana pone fin al genocidio porque genera el desarme. Por ese motivo la unidad humana es un cambio cualitativo; no se puede dar “guerra civil” en su seno como si se puede dar en el estado del mismo modo que las guerras actuales son guerras humanas en tanto que se dan entre seres humanos, pero es una concepción errónea la posibilidad de una guerra civil en el marco de la unidad humana, pues la unión arranca de raíz la violencia y previene su germen que es la parcialidad -la toma de decisiones independiente y, por consiguiente, opuesta.

La principal contribución de la unidad humana es definir toda violencia ilegítima con el uso del sentido común, que nos permite y conduce a que todo lo hagamos voluntariamente, con la aprobación de todos y cada uno de nosotros. No podemos prever con detalle algunos aspectos de ese nuevo mundo de la posthistoria, así como el carácter de sus instituciones si acaso estas fueran necesarias, así como otros detalles que debemos abrir a nuestro juicio común y cooperativo. Lo que si podemos prever es que el primer paso es lograr la voluntad humana unánime por la unión, lo que resulta en una mandato para los políticos actuales, cuya legitimidad solo les era dada antes por el estado de donde obtienen la fuerza de su representatividad, mientras que ahora el origen de su legitimidad será la humanidad como fuente última de todo derecho.

Igualmente, ni que decir tiene que con criterio racional (y no político), inclusivo y conjunto hemos de encarar los nuevos retos de la contaminación, el uso de las energías renovables, el cambio climático, la desforestación, el trato animal y el trato al medio ambiente en general -que ahora todos compartimos. Son tareas que más que urgentes, reclaman a gritos la unidad humana, pues solo así podemos hacerlos frente ya que su carácter amenazador reside, sobre todo, en la impotencia con que nos encontramos encarándolos por separado y la necesidad que nos presentan de generar una respuesta conjunta y coordinada que ahora el arma (la parcialidad) nos impide.

Os invito y animo a participar en la preparación del Congreso Universal sobre la Unidad Humana que marcará el paso a la post Historia.

Gracias

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